Best of Phoenix 2016: La Comida Mexicana Es La Fuerza Unificadora En Phoenix | Phoenix New Times
Navigation

Tacos, Tortillas, Y Familia: La Comida Mexicana Es La Fuerza Unificadora En Phoenix

Durante los últimos tres años, más o menos, mi marido y yo hemos vivido en una casita chaparra y poco descolorida por el sol, que fue construida en el año 1954, bastante viejita en comparación con las nuevas vecindades de Phoenix. Esta casa esta en el lado oeste de Phoenix,...
Share this:


La edición de 2016 Lo Mejor de Phoenix del New Times ya está disponible, con una serie de ensayos que exploran cómo nuestra proximidad a México hace que este sea un lugar mejor para vivir.

Durante los últimos tres años, más o menos, mi marido y yo hemos vivido en una casita chaparra y poco descolorida por el sol, que fue construida en el año 1954, bastante viejita en comparación con las nuevas vecindades de Phoenix. Esta casa esta en el lado oeste de Phoenix, en un barrio que nadie nunca se molestó en nombrar.

Nuestro barrio está atravesado por callejónes, que parecen algo como selvas salvajes de hierbas altas y basura esparcida por el viento, con grandes botes de basura comunes donde unas personas sin hogar recogen con regularidad el aluminio y otros materiales reciclables.

Si sigue nuestra calle al este, se encontrará con un pequeño parque rodeado por un camino de grava donde las familias sin hogar de la vecindad a veces levantan grandes carpas que usan para dormir. Estas carpas finalmente descienden cuando vienen las autoridades, sólo para aparecer de nuevo unas semanas más tarde. Si sigue nuestra calle al oeste, llegarás a una lavandería, tienda de licores, un par de paradas de autobuses del Valley Metro, y no menos de cuatro llanteras, todos ellos dando publicidad de sus servicios con torres elaboradas de llantas y pilas de rines cromadas y brillantes.

Dependiendo de cómo usted ve mi barrio, es uno de los mejores lugares de la ciudad para sufrir un reventón de llanta, o uno de los peores.

Pero al igual que todos los barrios, hay un ritmo constante a esta vecindad que pronto se hace familiar y reconfortante, si toma uno el tiempo suficiente para aprender sus ritmos. Tempranito por las mañanas, hay el murmullo de tráfico constante, y el clamor suave de las madres jóvenes paseando a sus hijos hacia el pequeño parque que conecta a una escuela primaria. Se escucha el sonido del los trabajadores de la llantera, que ruedan sus llantas hacia la calle para ser apiladas. Temprano por las tardes, hay unas horas de tranquilidad, antes que la carretera de Buckeye se llene otra vez con la congestión de coches que apuntan hacia el oeste, el sol siempre en los ojos de sus conductores. 

Alrededor de las cuatro de la tarde, el sonido de un pito señala la llegada de un vendedor callejero, que sube y baja el bloque detrás de un carro cargado con bolsas de duros y otros antojitos. Con el verano, el paletero viene en fuerza, a menudo perseguido por una banda pequeña de perritos excitables que parecen pertenecer a nadie en la vecindad, y a la vez a todos. Algunos fines de semana, nuestro vecino, un joven mexicano-americano con una obsesión por la barbacoa, se pone a cocinar afuera, y nos regala muestras de sus platillos para probar. Por las noches, los vecinos que viven cruzando la calle, cuyo apellido ha aparecido en ese domicilio durante tres generaciones, riegan su césped impecable, mientras que la vieja mascota de la familia, un pavo real azul llamado Alejandro, proyecta su canto raro por toda la vecindad antes de subir el árbol de jacarandá para dormir.

Elegimos vivir aquí por las mismas razones que cualquiera persona escoge vivir en cualquier lugar. El alquiler aqui es muy razonable. Nos gustan los vecinos. Los dueños de la casa son muy simpaticos. Y tambien nos gusta mucho esta casita vieja, que como muchas casitas viejas, ofrece el misterioso y excéntrico atractivo de un lugar viejo que a acumulado muchas capas de pintura, masilla, polvo y memorias. Sobre todo, nos sentimos seguros aquí, en un lugar que nos ha obligado a mudar viejos prejuicios acerca de que constituye un «buen» vecindario.

De hecho, el único verdadero problema que nos hemos encontrado hasta el momento es que aveces es duro conseguir que gente venga a visitarnos aqui en nuestro barrio viejo. En nuestra vecindad, no hay supermercados bien surtidos, ni hay piscinas, ni un local de Starbucks. Muy pocas personas, yo creo, dirían que esta vecindad sea bonita, y se supone que muchas personas no les gustaría vivir aquí. 

Una vez tuve un compañero de trabajo, vamos a llamarlo John, que me dijo que prefería no cruzar al oeste de la Avenida Central, su aversión hacia al oeste de Phoenix siendo tan profunda que logró evitar las reuniones anuales de familia en el barrio de Maryvale. Todos tenemos nuestros marcadores personales, los bloques de la ciudad que rondamos con gusto, y las partes de la ciudad que ignoramos. La Avenida Central era la línea divisoria para él. Me pregunto yo si incluso se acuerda realmente como es el lado oeste, o si en su mente, esa parte de nuestra ciuda se había convertido en un producto monstruosa de su imaginación hiperactiva.

Pienso en John a veces porque sé lo mucho que ama la comida mexicana, y aunque nuestro barrio no es elegante, sí ofrece una sorprendentemente buena comodidad: Hay varias loncheras estacionadas alrededor de mi barrio, junto con al menos una media docena de carros de perros calientes Sonorenses, muchos de estos replanteados bajo lonas de sombra y envueltos en cadenas de luces parpadeantes. Por la noche, brillan como altares a la orilla de la carretera.

Hay Taqueria Lucy, el favorito de mi marido, donde las tortillas son casi tan grandes como sábanas, y las quesadillas son hechas a plancha, cocidas hasta que la masa se hincha con ampollas. Hay La Hacienda, cercas del aeropuerto, donde los viajeros conocedores con un antojo por la comida mexicana van durante  paradas de viaje, para saborearse un taco de chicharrón extra picante. También cerca de nuestra vecindad esta uno de los carros del hotdoguero El Caprichoso, donde las salchichas jugosas son envueltas en tocino y abrigadas con bolillos tostaditos en la plancha, y donde la multitud que llega a cenar cada noche incluye a todo tipo de cliente, desde familias jóvenes a viejos saliendo de un club exótico cercano. 

Cuando observo estos puestos de venta, es imposible ignorer el duro trabajo de las personas que ejecutan estas empresas y ponen todo su corazón y sudor en cocinar una buena comida. Pienso también en mi viejo amigo John, que no cruzará la Avenida Centra para venir a cenar con nosotros.

Hace algunos años, en una conferencia patrocinada por el Centro Para La Cohesión Social de ASU, la magistrada Sandra Day O’Connor, jubilada de la Corte Suprema de los Estados Unidos, habló sobre el poder de la comida en unir a las personas. Más específicamente, habló de la comida mexicana, y la forma en que sirvió como una especie de herramienta para ayudar a cultivar la amistad entre sus colegas cuando ella era líder de la mayoría en el Senado del estado de Arizona. 

“Te diré lo que hice — que era bastante simple: me gustaba juntar a todos mis companeros y cocinar la comida mexicana, y nos sentábamos afuera a comer comida mexicana, y beber cerveza, y hacer amigos entre sí. Eso funciono”.

Las palabras de la magistrada O’Connor transmitan honestidad y calor, casi como si fueran un proverbio tradicional. “A comer comida mexicana, y beber cerveza, y hacer amigos entre sí”. Es un consejo tan simple y fácil, que de media se espera verlo imprimado en camisetas o pegatinas. Sus palabras podrían ser el epigrama a un viernes por la noche en Phoenix, donde la unión sobre tacos y unas Coronas es tan arraigada en la cultura local como referencias de monzones y el fútbol de los diablos del sol.

El consejo de la magistrada O›Connor sobre el poder de comer juntos, y de cómo comer con alguien empieza a hacer de ellos un amigo y no sólo un vecino o compañero de trabajo, parece especialmente importante en una extensa área metropolitana como Phoenix, una ciudad donde millones de desconocidos han convocado en los últimos años en el medio del desierto para construir distintas vidas, culturas y recuerdos.

Que la juez O›Connor utiliza la comida mexicana, en particular, como una herramienta para construir puentes políticos, no es sorprendente. En Arizona, nos encanta la comida mexicana - y tal vez incluso un poco más de lo que pensamos. El año pasado, Yelp, el sitio web popular de reseñas que cataloga la sabiduría destilada de mas de 142 millones de usuarios, publicó una lista completa de las cocinas más populares de todos los estados de EU. De acuerdo con el sitio, la comida mexicana, entre los usuarios de Arizona, generó más interés que cualquier otro tipo de comida en su base de datos local. El sitio informó que el interés por la comida mexicana en Arizona era “un 73 por ciento más alto que el promedio nacional”.

La mayoría de nosotros no necesitamos informes empíricos para suponer que la comida mexicana tiene un lugar especial en la cultura gastronómica de Phoenix. La comida mexicana se ofrece en algo así como 2.000 restaurantes en todo el vasto valle del río salado. No creo que es especialmente audaz decir que la comida mexicana, sobre todo en la tradición grande y venerable de Arizona-Sonorense, como la cocina oficial del área metropolitana de Phoenix. Desde los complejos turisticos de Scottsdale, donde se vende un guacamole con chipotle y langosta por $20, a los vendedores ambulantes que se encuentran a lo largo de la calle Van Buren, la comida mexicana es lo que a muchos se les antoja cuando quieren sentirse conectados con el paisaje y la historia cultural de esta region. Es la comida que los jovenes de Phoenix, que crecieron con los platillos combinados en lugares como Tee Pee Mexican Food, Garcías, y Macayos, extrañan con nostalgia cuando van al este para la universidad. Es tal vez el alimento más accesible a altas horas de la noche, cuando se ofrece la comodidad y sencillez de frijolitos refritos y queso derretido en tortilla de harina. Se podría argumentar que ir a través de la ventanilla de un Filibertos en las horas después de la medianoche es un rito de pasaje aqui en Phoenix.

La comida mexicana es un punto digno de orgullo regional. Esta no es la tierra de playas escénicas o clima templado de verano, sino más bien la tierra de puestas de sol caleidoscópicos y mil cocinas mexicanas. Phoenix lleba el sabor de las tortillas de harina de Carolina; el lindo perfume de chile en nogada que hace Silvana; y la chimichanga extra grande de Rosita, que viene tupida con montones lujosos de crema agria y guacamole, un platillo emblema de la abundancia imposible de lo que es la cocina típica de Arizona y Sonora.

Por supuesto, no todo el mundo está enamorado con la comida mexicana de Phoenix. Si usted vive y come en Phoenix el tiempo suficiente, se acostumbra a tener su ciudad reducida a una reunión aburrida y amorfa de centros comerciales y cadenas de restaurantes. Uno se acostumbra a tener que defender la calidad de la comida típica de Phoenix. 

“No hay una buena comida mexicana en Phoenix”, un desconocido me dijo una vez, mientras esperaba en la cola para pagar en una tienda de segunda en el norte de Phoenix. Él le hablaba al cajero, en realidad, pero senti que me podría estar hablando a mi. 

El cajero parecía confundido, o algo herido, o posiblemente ambos.

“¿Qué hay de La Piñata?” Ofreció el cajero. “¿Qué hay de Carolina’s?”

El cajero llamó a uno tras otro nombre, pero el hombre simplemente no estaba de acuerdo.

“Usted no ha comido una buena comida auténtica mexicana en este país hasta que haya tenido ...”, dijo, y procedió a recitar nombres de ciudades y restaurantes en otras zonas horarias.

Incluso, si se admite una cantidad saludable de orgullo cívico en el alimento mexicano de Phoenix, aún nuestra tradición no se compara con la abundancia de la gastronomía mexicana en Tucson. Tucson es una ciudad enriquecida con las tradiciones norteñas de la cocina de Sonora. 

El Viejo Pueblo de Tucson recientemente fue la primera ciudad en los Estados Unidos honrado con la designación de la UNESCO “Ciudad de la Gastronomía Mundial” — un honor que se merece con razón, y un honor para todo Arizona. Recientemente, la oficina de turismo en Tucson inteligentemente marca el área de 23 millas cuadradas que abarca el centro, baja el centro y el sur de Tucson — donde la mayor concentración de restaurantes de comida mexicana de la ciudad se encuentran — como las “23 millas de comida mexicana” o el “Tucson 23”. El conglomerado se describe como “la mejor comida mexicana al norte de la frontera”, y hay incluso un accesorio Tucson 23 festival de comida, y un Tucson 23 tour para turistas.

Es cierto que Tucson tiene raíces profundas en el rico universo de costumbres de Sonora, dice Andi Berlín, una reportera gastronómica con el periodico Arizona Daily Star de Tucson.

Pero, ella señala, Phoenix es considerablemente más grande, lo que significa que atrae a más inmigrantes de todas regiones de México. Esto le presta la gastronomía mexicana de Phoenix con más diversidad, en general, de lo que se encuentra en Tucson.

“Ustedes tienen el corredor de la calle 16 por el centro, y algunas áreas alrededor de Sunnyslope”, Berlín me señaló recientemente en un correo electrónico. “Estoy empezando a explorar esos, y e encontrado una interesante diversidad de regiones que no están representados en Tucson”.

Berlín también sostiene que Phoenix y Tucson son productos de esencialmente el mismo ADN culinaria, tanto siendo profundamente influenciados por la cocina del norte de México. 

“Tu comerás en Filibertos, y yo Los Betos”, dice Berlín. “Y podemos conseguir casi el mismo burro de frijoles con tortillas de harina impresionantes. Podemos obtener caramelos en el estilo de Sonora, a la brasa de leña de mezquite. No pueden conseguir esto en California, o en cualquier otro lugar del país”.

Berlín me dice que ella piensa que la gastronomía mexicana en Phoenix es emocionante porque “es grande y ecléctica como Los Angeles” pero con la ventaja añadida de que ofrece un montón de opciones estilo Sonora, que son difíciles de conseguir en el sur de California.

De hecho, Phoenix es el hogar de restaurantes como La 15 y Salsas en Sunnyslope, una aireado restaurant de comida oaxaqueña, cuya dueña es Elizabeth Hernández, donde se puede disfrutar de moles, tamales oaxaqueños, tlayudas, y tal vez incluso un lote de chapulines frescos, una especialidad que ha sido una merienda nutritiva desde tiempos precolombinos. Hay birria estilo Jalisco en Taqueria Jalisco en la parte sur de Phoenix; también hay sushi al estilo Sinaloa por todo el lado oeste; huaraches de estilo D. F. en Tempe y Phoenix; tacos al estilo de Puebla, y tacos chihuahuenses, en el centro de Phoenix; taquitos mexico-americanos como los de Elmer’s Tacos en Chandler, que ha alimentado al menos tres generaciones de estudiantes de la secundaria Chandler desde los años 1970. Hay puestos de tacos en casi cada bulevar, desde Mesa hasta El Mirage.

Aún así, incluso con el vínculo común de la cocina mexicana local, Phoenix puede ser una ciudad solitaria y abrumadora. Es una ciudad que se extiende hacia arriba y adelante en una cuadrícula aparentemente interminable de calles y avenidas, distendiendo hasta que, finalmente, la ciudad se desvanece en el desierto abierto. Phoenix es, para bien o para mal, una ciudad de los suburbios y barrios cerrados, una ciudad donde muchos de nosotros hemos nacido o criado en otro lugar — ese lugar que nos referimos con nostalgia como “aya en mi pueblo”. Sigue siendo una ciudad sin una identidad clara, una ciudad donde muchos de nosotros elegimos una esquina del Valle y permanecemos allí. Es una ciudad que aún opera en una neblina ansiosa por el SB 1070, y es una ciudad que, al igual que el resto del país, se divide por la mitad en el día de elección. Es una ciudad en la que muchos de nosotros no sabemos lo que está pasando en otros barrios. 

Pero también es una ciudad que vale la pena explorar. Incluso el tipo de exploración que implica la caza de un puesto de tacos en un barrio lejano. La exploración, cuando atrae los sentimientos más leves de la dislocación, a veces provoca una sensación de maravilla, y hasta alegría. Cuando usted de paseo por Phoenix, lleve en torno a las palabras de la magistrada O’Connor, cuyo sentimiento es simple pero extrañamente profundo: A comer comida mexicana, y beber cerveza, y hacer amigos entre sí.

Patricia Escárcega ha vivido principalmente en Phoenix desde el 1987. Escribe regularmente sobre la gastronomía para el Phoenix New Times.


KEEP NEW TIMES FREE... Since we started New Times, it has been defined as the free, independent voice of Phoenix, and we'd like to keep it that way. Your membership allows us to continue offering readers access to our incisive coverage of local news, food, and culture with no paywalls. You can support us by joining as a member for as little as $1.